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Hay una máxima entre los periodistas españoles según la cual el que no quiere no sale en la foto. Una verdad a medias que se cumple a rajatabla con mi protagonista de hoy. Un hombre, Julio Iglesias, del que creemos saberlo todo y del que solo conocemos una parte, la que menos le interesa que se publique en los medios, ya que no siempre es la mejor, pero sí la que entre todos hemos cultivado obligados por su fama –la propia y la de su extensa familia–, que en numerosas ocasiones oscurece una trayectoria profesional que comenzó hace cuarenta y seis años por pura casualidad y que perdura en el tiempo.
Gracias a ese estilo tan personal que tiene y a su meticulosidad a la hora de elegir canciones, algunas de éstas forman parte ya de nuestra memoria más íntima y personal como pueden ser ‘Por el amor de una mujer’, ‘Un canto a Galicia’, ‘Gwendolyne’ y tantas y tantas otras traducidas a
todos los idiomas.
Me consta lo que le molesta a Julio que en España no se le preste la atención que una carrera como la suya merece, siendo como es el cantante hispano que más discos ha vendido de la historia, y que según la ‘Enciclopedia del español en el mundo’ es después de Picasso y Dalí, el icono más visitado en la red.
Una ‘desatención’ que no se refleja en sus discos, de los cuales ha vendido ya más de 300 millones, ni en sus conciertos, que llena hasta la bandera. Prueba de ello es el éxito del que tendrá lugar en Marbella, en la gala de Starlite el próximo 13 de agosto, y del que se vendieron las entradas a los poquísimos días de salir a la venta.
Algo que ha sorprendido incluso a los organizadores pero no al cantante, que solicitó a la organización actuar dos días para evitar así que muchos de sus admiradores se quedaran sin poder escuchar a su ídolo favorito.
Un cantante que pudiendo vivir de las rentas –su fortuna se calcula en más de cinco mil millones de dólares que se dice pronto–, sigue recorriendo el mundo en su jet privado como si de un principiante se tratara.
Con la misma ilusión, la misma entrega de sus primeros años, porque es tal su dependencia de los aplausos y del cariño del público que Julio no concibe la vida sin los escenarios, de ahí que acepte cantar en fiestas privadísimas y exclusivas, como la que tendrá lugar en una mansión del Marbella Club el próximo domingo. Alquilada por unos rusos admiradores del cantante, han pagado lo que les han pedido, mucho supongo, con tal de que Julio les amenice la cena.
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