"Julio Iglesias, cercano a los 68 años, no se olvida de vivir"Este hombre, que cita a Ortega y Gasset y habla de Kant, que estudió latín y griego, que tiene un amor que lo hace libre y disfruta 'flirtear' con la vida, lanzará una nueva producción con sus más grandes éxitos.
"Hay mucho ruido. Chocar contra los mojones de la curva y salir disparado produce un ruido de hierro fuerte. Después vienen unos segundos totalmente inconsciente. Recuerdo uno que chilla y tiene todo abierto, y otro con la pierna absolutamente destrozada. Como es de noche, con los faros del coche, que quedan encendidos, se ve la humareda. Oigo solo quejidos, quejidos alrededor. Eso es lo primero que recuerdo. Después para un coche, nos recoge y pido que me lleven al hospital donde mi padre (Julio Iglesias Puga) era el residente. Uno de los chiquillos muere".
Cuando lo recuerda, Julio habla en presente, pone su mano derecha en el rostro y señala el lugar donde estaba la cicatriz que el tiempo ha borrado. "Es la primera vez que lo cuento así, con tanto detalle".
Un día antes de su cumpleaños número 20, a las 2 de la mañana del 22 de septiembre de 1963, la fiesta del arquero de las inferiores del Real Madrid se convirtió en una tragedia que cambiaría el rumbo de su vida. Tras un mes de hospitalización, estaba casi recuperado. "Pero, sin saberlo, comencé a desarrollar una compresión del sistema nervioso que hace una tumoración quística y ataca el sistema central". La fuerza se le iba, el equilibrio fallaba. En noviembre, durante una nevada, la alerta fue un resbalón. La sensibilidad interna estaba perdida, tenía comprimida la médula. El diagnóstico no podía ser peor: las esperanzas de volver a caminar eran casi nulas. Entonces vendrían las visitas al quirófano y un año y medio de semiparálisis, la dedicación de su padre, que dejó de ejercer para cuidarlo, y la amistad con Eladio Magdaleno, el enfermero que le propuso tocar la guitarra para ejercitar las manos. "Eladio había pertenecido a la tuna de la facultad durante sus estudios; por eso tenía en su casa una guitarra medio rota. Por esa guitarra canto yo".
¿Qué queda de ese accidente?
No tengo un buen balance interno.
¿Lo recuerda cuando se acerca su cumpleaños?
No, no hace falta que lo recuerde, pues llevo el accidente conmigo. Cada vez que me levanto, al poner los pies fuera de la cama, tengo que pensar en cómo pararme y no perder el equilibrio. Me puedo caer y, de hecho, me he caído muchas veces, pero siempre me he levantado. Pero estoy fuerte porque, por ejemplo, hoy he nadado hora y media (lo dice señalando el mar azul cristalino, en la playa que bordea su casa, desde el comedor familiar rústico en el que se sienta con Miranda y sus cinco hijos).
¿Fue un accidente bendito?
No creo mucho en las teorías deterministas, en las que el destino es más importante que la vida, o que uno nace para un destino. Creo mucho en Ortega y Gasset, en el hombre y sus circunstancias. Casos como el de mi hijo Enrique, Michael Douglas o Liza Minelli son absolutamente raros y excepcionales, porque no está determinado que el hijo de un tenista juegue al tenis como su padre o que los hijos de Gabriel (García Márquez) escriban como él.
¿Volvió a ver a Eladio?
Cientos de veces. De hecho, vivía en Benidorm, cuando se hizo mayor, a los 60 años. Canté varios conciertos allí. Murió hace 8 o 10 años. Hoy debería tener como 95 años.
Fue en Benidorm, justamente, donde comenzó la leyenda de 'el Señor', como lo llaman los 15 empleados de su mansión costera de Punta Cana, los cinco de la residencia en Madrid y los 10 de la que tiene en Miami. Así también se dirigen a él Sunshine, la asistente canadiense que coordina todo en su sede dominicana; Nathaly, la panameña que viaja siempre a su lado; Alberto Sánchez, el especialista que trabaja en la regrabación de toda su música desde hace año y medio, y las bailarinas y músicos que lo acompañan en sus shows.
El 17 de julio de 1968, cantando La vida sigue igual, que había compuesto durante su convalecencia, ganó el Festival Internacional de la Canción de Benidorm. Meses antes, el muchacho había llevado sus letras a una disquera: "La canción fue escogida, la iba a interpretar Manolo Pelayo, que era un cantante muy guapo y de moda; pero le dio hepatitis". Y aunque jamás había cantado con orquesta, Julio se le midió al reto de cantarla. "A partir de ese momento quedé adicto a las luces y al sonido".
¿Dónde está la guitarra?
Sé que mi padre la tenía guardada; ahora no sé quién la tiene.
Después de esa cinta autobiográfica del 69 ('La vida sigue igual'), ¿por qué no reincidió en el cine?
¡Oh sí, hice una película malísima! En realidad fueron dos, pésimas. La vida sigue igual tenía un argumento muy bonito, porque era la historia del fracaso al éxito y su encanto radicaba en que se trataba de una historia real; pero yo no era actor. Me doblaban la voz, yo no era nada. Una de las cosas que pasará con la nueva producción es, justamente, Broadway, pues durante 10 años he dicho no a la propuesta de hacer un musical sobre mi vida.
¿Y por qué no?
Porque es más importante este futuro que estoy haciendo ahora de volver a que las gentes escuchen mis canciones. El resultado que me gustaría para este disco es que los chicos de 20 y 30 años dijeran: 'Oye, mamá, tenías razón'.
Tras su recuperación, y antes de Benidorm, Julio se había radicado en Londres, donde estudiaba inglés en Cambridge y los fines de semana cantaba para ganarse unas libras en el Air Port Pub. Gwendolyne Bollore, que estaba entre el público, lo flechó y le compuso otro de sus temas emblemáticos, con el que años después, en 1970, participó en Eurovisión.
¿Qué pasó con Gwendolyne?
Era la hija de la familia más rica de Francia. Yo no sabía que era rica, sino que estaba rica (risas). Ella tenía 18 años y yo 25. Se casó con un banquero. La última vez que la vi fue en un concierto en Lyon, hace como 20 años. Seguía guapísima.
Hace un año se casó con Miranda. ¿Por qué cambiar el estatus de novio que conservó 20 años?
Yo estaba casado con ella desde que la conocí. Miranda es la mujer y el amor de mi vida en todo sentido. Mi vida es antes y después de ella. No hablo de la fidelidad, porque la fidelidad es una palabra mucho más complicada. Si me pregunta si he sido fiel, pues no, y no me importa decirlo.
¿Ese concepto de fidelidad aplica también para ella?
No me importaría un carajo, porque sé que el amor de mi mujer es eterno, como el mío. La infidelidad es un concepto muy raro. Me imagino a una persona en una mesa escribiendo y que ve pasar a alguien guapo y piensa: 'A este me lo follaría'; pues eso es infidelidad. Si piensas que te vas a follar a alguien, estás cometiendo un pecado, y esos los cometo todos los días (risas)...
¿Cómo es ese amor?
Cuando conocía a las chiquillas y me enamoraba, pensaba que el amor era un ancla. Miranda no ha sido eso, sino el vuelo de mi vida. Me casé con ella hace un año (en un mes lo cumplen) para formalizar una informalidad galáctica maravillosa y para dar testimonio a la vida de que mis cinco hijos habían nacido con muchísimo amor. Con mi mujer he vivido la historia de amor más bonita que jamás hubiera imaginado, por su generosidad; sobre todo porque sigo siendo una persona, un artista, libre e independiente. Y no es la libertad de ir a follar por ahí, sino de flirtear con la vida, con el público, de ser creativo.
¿Qué es lo especial de Miranda?
Es todo lo contrario, es la simpleza de la vida. No tiene nada de especial mi mujer, ella es especial para mí. Además, ahora vivo con una garantía, la de que llevamos 21 años juntos y no me imagino mi vida sin saber que Miranda me mira. En cualquier momento en que haya una situación en que encuentre cinco chicas guapas, que las hay miles, y me encanta estar con ellas y verlas, mi prioridad será hablar de mi mujer.
Los años han alimentado el mito del Julio seductor, el que ha estado con miles de mujeres...
No he estado con muchas mujeres, sino que he estado con muchos amores, que es diferente. He amado mucho y he sido y sigo siendo un flirteador natural. Pero cómo no hacerlo, si la vida siempre coquetea conmigo. Si diera la espalda a eso, sería un amargado.
¿Es un mito la historia del distanciamiento con Enrique?
No es un mito, ha habido un distanciamiento de amor. Lo que pasa es que no hablamos de música, pero cuando miro sus ojos hay un amor muy profundo y una profunda admiración, en mi caso, por él. No hay una cosa más bonita en la vida que ver a un hijo triunfar. Ocurrió que las leyendas se iban haciendo más grandes y como mi hijo actuó como rebelde, es difícil que se quitara esa imagen.
¿Verdad que Enrique nunca le contó que iba a ser cantante?
Nunca. Cuando Enrique decidió ser cantante, yo estuve al margen. Él se hizo totalmente a sí mismo, no he influido en nada. Me enteré de que mi hijo iba a ser cantante cuando un amigo me contó que acababa de firmar un contrato con Televisa. Lo primero que hizo Enrique con su primer dinerito fue comprarse un avión como el del padre; entonces, mi hijo vuela en avión privado desde los 18 años. Eso ya es síntoma de viveza. En ese momento lo tenía Fernán Martínez.
Que también estuvo con usted...
Soy un poquito el papá de Fernán. Fue mi jefe de prensa, extraordinario. Lo encontré en las calles de Bogotá cuando escribía para una revista de música. Fernán fue muy fuerte para Enrique, muy necesario, como lo fue para Juanes. La vida luego cambia muchas cosas, pero él tuvo un olfato grandísimo. Yo ya estaba hecho cuando trabajamos juntos; en realidad fue compañero mío, no mi profesor, pero sí el profesor de Enrique y el profesor de Juanes en sus inicios. Conmigo aprendió.
¿Es heredado el talento?
Uno hereda los genes, nunca los cromosomas. Sí heredas un poco la actitud de la vida, pero no esa cosa interior que caracteriza a cada uno. Tengo unos hijos pequeños que no se parecen mucho a mí, pero el mayor, Miguel, es una copia exacta de Enrique.
¿Qué es una buena canción?
La que dice muchas cosas en muy pocas palabras. Machado (Manuel), en su Cante hondo, dice: "A todos nos han cantado / en una noche de juerga / coplas que nos han matado". Una canción es el resultado de 20 palabras sencillas en una historia de amor.
¿Qué piensa de la música actual?
Hoy me llamó una amiga y me dijo que me iba a mandar la versión que Pitingo, un joven artista español, hizo de Cucurru cucú paloma, con un coro góspel, porque dice que le gustaría que cantara algo así. Le dije que me había quedado en los Beatles. Ahora estoy deseando vender todo lo que pueda porque, ¿qué me puede quedar de vida a mí? Lo que Dios quiera, ¿pero de vida activa? Tengo casi 68 años, y me quedarían 7 u 8 de vida activa, en los que pueda andar de un sitio a otro. Y de vida pasiva, otros 10 años. Tengo prisa por todo y no tengo tiempo para otras cosas.
¿En qué radica la adicción a las luces?
Imagínese que aterrizo en Shangái y me saludan por mi nombre, voy a un restaurante en Pekín -y no es una presunción, sino una auténtica verdad- y me ofrecen la mejor comida, me dan besos, me prestan atención. ¿Cómo va a decir alguien que quiere irse de eso? Cuando eres artista, el público hace eso por devoción; cuando eres político, es distinto. He salido al escenario con problemas y al cabo de dos minutos se me olvida lo que me está pasando. La vida ha sido generosísima conmigo y la luz me ha dado en los ojos como a los conejos en las carreteras; pero no me deslumbré, me he liberado, pues la luz también es engañosa.
Hoy hay concursos de canto en TV por todas partes...
Es imposible que un artista como Shakira salga de esos American Idols. Shakira no nace en un concurso, sino en una vida. El programa ofrece una exposición grandísima que dura media hora o 10 días, pero casi nunca toda la vida.
¿Qué es Colombia para usted?
Es un país muy bien mezclado, una raza muy bonita y muy lista, rápida. Escribe y pinta muy bien, tiene muchos colores, es bailarín, generoso y bravo, pues entre la vida y la muerte hay muy poco trazo. Es un país que escucha bien la música, pues oye tango y mariachi, mientras que Argentina solo escucha tango o bolero, pero no le llega el mariachi. Es indio, negro y blanco.
Ha hablado de Machado, Ortega y Gasset y Gabo. ¿Qué lee?
He aprendido mil veces más viendo que leyendo. Siempre me ha gustado la historia de las culturas, el mestizaje, las historias de Indias, y he leído todo desde Homero hasta Kant. Estudié siete años latín y cuatro de griego.
¿Qué le gustaría que dijeran de usted?
No quiero ni pensar. A veces, cuando estoy en una conversación muy privada, digo que cuando mis hijos tengan sus novias seguro bailarán Abrázame. No creo que Nat King Cole supiera que Unforguettable sería tocada 50 años después por tantos pianistas. Lo que sí me gustaría que dijeran es que aprendí.