Con una puntualidad anglosajona, justo a las nueve se apagaron las luces de la sala -quedando aún bastantes asistentes por sentarse- y Julio Iglesias salió a escena para ofrecer, con todo lo que ello conlleva, lo mejor de sí mismo. Y así, durante algo más de hora y media -por aquello de que "lo bueno, si breve, dos veces bueno"- el intérprete repasó los títulos más conocidos de su trayectoria desplegando todas y cada una de las señas de identidad las cuales, a lo largo de cinco décadas, ha ido forjando en torno a ese personaje en el que poco a poco se fue convirtiendo. A saber, traje de chaqueta y chaleco negro y camisa blanca, tres impresionantes chicas para los coros, mirada huidiza y sonrisa seductora, compulsivos gestos con las manos y, cómo no, continuos "ayes", "aleluyas" y otras expresiones guturales que conforman un estilo único y, a juzgar por las reacciones de los presentes en el Auditorio de Fibes, imperecedero.
Sin embargo, este eterno don Juan -tan fiel a sí mismo que continúa utilizando micrófono alámbrico- hizo más que recordar populares melodías como Manuela, De niña a mujer -de la que olvidó un trozo de la letra-, Hey o La carretera pues, además, Julio reivindicó cómo pensaba en nuestra tierra de forma muy concreta. "Nunca he querido comentar mis ideas políticas porque hago daño pero siempre soñé con una Andalucía progresista, grande y fuerte y de largos caminos", declaró al tiempo que, entre el público, alguien gritó: "¡Que cante!". El artista volvió enseguida a ponerse manos a la obra para, ya en la despedida, remarcar de nuevo su pensamiento. "Los sevillanos tienen la magia de saber vivir bien. Quiero acordarme de la gente que sufre y de los que no debieran estar sin nada". "¡No hables! ¡Canta!", lanzó quien, con este mensaje, recogió de la audiencia -gran parte de ella en pie- el mayor aplauso de la noche. Antes de despedir, un pequeño grupo de admiradoras enfervorecidas subieron al escenario una vez Julio concluyó esa versión de My way que es A mi manera y, obligado por las circunstancias a suspender algunos bises, el gran protagonista de la velada se marchó en loor de multitudes. Un final lógico y esperable.
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