Pasaban algo más de diez minutos de las diez de la noche cuando entró en el escenario, ya con la banda en funcionamiento, y el público estalló a aplausos. No le hizo falta ni llegar al centro, donde protegido por el resto de músicos y en lugar preferente, realizó casi toda la actuación. Sin apenas moverse de un metro cuadrado, cual bailando un chotis permanente, pero mostrando todas las facetas y características que le han llevado a ser, simplemente, Julio Iglesias. Luego, cerca de treinta temas y sobre unas dos horas de concierto repasando algunos de sus grandes éxitos.
A pesar de la predisposición de los seguidores, el espectáculo empezó algo frío. El volumen demasiado bajo, obligando a prestar atención a lo que pasaba en el escenario. Unas dificultades que se fueron solventando.
También el protagonista fue creciendo a medida que avanzaban las canciones. Conserva buena parte de su voz, pero se muestra prudente. Empezando suave, a medida que va ganando confianza se va soltando, aventurándose con registros más atrevidos. Un extremo que confirmó al quitarse la americana a media interpretación del tango ‘A media luz’.
En su milimetrado show, fruto de tantos años de carrera, todo iba bien: el público entregado, la voz en su sitio y la banda funcionando a la perfección, terriblemente cohesionada y haciéndole brillar todavía más. Entre todo este conglomerado, la faceta de seductor. Acercamientos y piropos a las jóvenes bailarinas, esos gestos con las manos en la barriga y los sutiles movimientos tan característicos. Todo mezclado con bonitas palabras para los asistentes, la ciudad de Tarragona y algunos de sus buenos amigos, como Luis del Olmo y Justo Molinero, presentes ayer en un Camp de Mart que no se llenó por los elevados precios de las entradas –más 200 euros las más caras–.
En su salsa, y la del público, los temas se fueron sucediendo casi sin querer, llegando al colofón final con una especie de metáfora planificada y aclamada por sus seguidores: ‘Me va’.
No hay comentarios:
Publicar un comentario