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12 dic 2010

LA FAMILIA IGLESIAS , "UNA FAMILIA DEDICADA A LA MÚSICA"

Hay algo de cinematográfico en las biografías de las grandes sagas. Los Kennedy, con sus éxitos y su mayúscula tragedia, han sido llevados al cine en infinidad de ocasiones. Pero también las dinastías españolas darían para más de una película. El canal de televisión Bio, dedicado a las 'celebrities', ha reunido en el libro 'Grandes dinastías' los episodios más desconocidos y las anécdotas más jugosas de las fortunas con mayor solera. Secretos confesables, contados por ellos mismos o por los periodistas que han ido relatando su vida y milagros.
Si en lugar de grabar su primera maqueta como 'Enrique Martínez' lo hubiera hecho con el apellido Iglesias, las cosas no le hubieran ido mejor. Cuatro años después lo nominaban junto a su padre como mejor artista latino. Decían que si ganaba él, Julio abandonaría la gala. Ganó el padre, pero le había salido un competidor... en su propia casa.
Cada 30 segundos se escucha una canción de Julio Iglesias en el mundo. A sus 67 años lleva 300 millones de discos vendidos y 5.000 conciertos. Y eso que empezó en la música de casualidad, por un accidente de coche que frustró su carrera futbolística y le dejó semiparalítico dos años cuando acaba de cumplir los 20. El enfermero que le cuidaba le dio una guitarra para ejercitar los músculos. Empezó a tocar en pubs de Londres y conoció a Gwendolyne. Su historia de amor no duró, pero compuso una canción eterna. Luego encandiló a Isabel Preysler. Julio era una estrella y un donjuán. Había enterrado para siempre al adolescente que creció a la sombra de su hermano Carlos, «que era más guapo».
Julio no tuvo competencia hasta que creció Enrique, que llamó a la puerta del mánager de su padre en busca de consejo y salió de allí con una maqueta. Cuando Julio se enteró despidió al mánager, pero el primer disco de Enrique ya sonaba en las radiofórmulas. Se lo dedicó a 'La Seño', su nana, la que le crió a él y a sus dos hermanos, Julio y Chabeli, unos críos que «tenían chófer y lujos, y sólo querían afecto».
Enrique no le guarda rencor a su padre por las ausencias ni le molestan las comparaciones, pero sí que le cuelguen la etiqueta de mujeriego. De crío escuchaba la historia de que su padre volvía a la habitación del hotel y buscaba a las mujeres desnudas bajo la cama y en el armario. «Yo me he criado viendo eso y soy lo opuesto».

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