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15 jul 2013

La pasión tinta de Julio Iglesias

El cantautor que ha logrado ser el músico latino que más discos ha vendido en el planeta, es un confeso apasionado del buen vino, tiene una excepcional cava llena de tesoros tintos y es uno de los sueños de Montecastro, una bodega de Ribera de Duero, con presencia en Venezuela. En esta entrevista exclusiva cuenta por qué es una de sus pasiones perdurables.

Se constata que no es un día habitual cuando Julio Iglesias llama al celular y además comienza la entrevista
con una advertencia que pronto se desmorona. “Yo no sé nada de vinos”, dice y se ríe. Esa es, con certeza, la primera constatación de lo mucho que sabe y que, como buen entendedor, no osaría hacer alarde de su veteranía. Julio Iglesias llama exactamente a la hora acordada y sin preámbulos pone sobre la mesa la bonhomía que le ha ayudado a llegar a cifras tan desmesuradas de ventas que es casi imposible de asir con la razón. “¿Sabes para que sirve el vino, mi niña? Para hablar contigo en este momento”.

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Las grandes pasiones pueden comenzar con una epifanía que deja su marca indeleble en la hoja de vida.
“Cuando era joven bebía vinos con gaseosa. A los 27 años, comencé a tomarlos sin ella”, recuerda Iglesias de ese comienzo que no delataba lo que vendría. Una noche, recuerda, estaba en una cena en casa de la familia Rothschild. Sirvieron un vino y él comentó, con su compañero de mesa Roman Polanski, lo bonito que era. La anfitriona le cambiaría la vida cuando decidió traer luego otro tinto. “Era un Château Lafite del 61. Allí descubrí lo que era un gran vino”, recuerda.

Desde entonces Julio Iglesias comenzó a crear una cava particular que podría estar entre las mejores del planeta y que pondría a soñar despierto a cualquiera que comparta su pasión por los vinos.

Además, desde el año 2000, decidió ser parte de la bodega Montecastro, apostada en Ribera del Duero en España, cuyos vinos se encuentran en Venezuela.

A estas alturas de su existencia, con la bicoca de 300 millones de discos vendidos, hay algo más que haría si fuese más joven. “Si tuviera 30 años, me hubiese involucrado en hacer una bodega y ser winemaker”. La historia ahora sería distinta.

Todo está en casa. En los años 70 y 80, mientras Iglesias seducía al planeta con sus canciones y vendía cifras imposibles de discos, también se dedicaba a comprar grandes vinos a precios ahora irrisorios. “Siempre que ganaba, compraba y compraba vinos. Como era barato, buscaba los grandes franceses de buenas añadas. Llegué a comprar los buenos Romanée-Conti, Latour y Lafite por 30, 40 y 50 dólares la botella e hice una colección importante”, cuenta de los vinos que ahora alcanzan precios tan elevados que ni él los contempla. “Desde los años 90 dejé de comprar los grandes vinos. Ya son incomprables. Me molesta pagar más de 50 dólares por una botella”, deja clara su certeza. Claro, habría que aclarar que falta no le hace. En su inconmensurable bodega, hay leyendas tintas que seguro lo sobrevivirán. “Quizá sólo me he bebido el 40% de esos vinos en los últimos 35 años con mis amigos”. A sus 69 años, aún le queda el 60% de las botellas y sabe que la vida quizá no le alcance para descorchar todos sus tesoros.

Por lo pronto disfruta sin ambages esa pasión duradera. “Me encanta entrar en la bodega”, confiesa.

También “descubrir el vino”, añade. Y en la lista están además los vinos del llamado Nuevo Mundo. Eso sí, tiene claro los requisitos para que entren en su bodega. “Siempre compro lo que es recomendado por los gurús y una caja que no cueste 500 dólares.

Sí me gustan del Nuevo Mundo: los argentinos, los australianos, los surafricanos. Me gustan los pinot noir. Con los cabernet tengo más dudas. Los shiraz cuando están bien mezclados”.

Si se lo piensa para gastar más de 50 dólares en una botella, en su anecdotario aún aguarda el sabor de triunfo de un desafío millonario que le hicieron y aceptó. “A finales de los años 80, un amigo mío me llevó a Los Ángeles a una tienda de vinos de dueños iraníes. Allí había dos cajas de Romanée-Conti del 85. Le pregunté si me los vendía”, recuerda Iglesias. La dueña le explicó que aquellas botellas eran el mayor atractivo de la tienda y no estaban en venta. Pero le contó al esposo la inquietud del famoso visitante.

El dueño respondió con un desafío: “Vamos a ver, Julio: si me compras un millón de dólares, te las doy de regalo”. Iglesias, no faltaba más, aceptó el reto. “Es el mejor negocio que he hecho. Me imagino que esas dos cajas de Romanée-Conti hoy en día valdrían no menos 250.000 dólares. Ese fue un día especial para recordar. No siempre compro un millón de dólares en vino”. De algo sirve ser el cantante latino con más discos vendidos en el planeta.

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Bodega propia. En esa pasión confesa, Iglesias vierte sobre las copas algunos lineamientos de sus apetencias y certezas. “No me gusta mucho el vino blanco, puro tinto. Me gusta el vino francés. Es el maestro. Pero muchos vinos españoles e italianos empiezan a ser mejores ahora. Hay buenísimos Riojas, Ribera del Duero…” Precisamente en esa última denominación de origen de España lo invitaron a ser parte como socio de la bodega Montecastro y él aceptó la propuesta. Ocurrió en 2000, y años después, ha visto el reconocimiento que han merecido los vinos propios. “Acepté participar porque son todas personas muy serias y el enólogo es muy bueno. Empezamos con un vino correcto y queremos hacer uno grande eso será en 40 años.

Pero sí es un vino bueno, bien calificado. Empieza a ser uno de los buenos de Ribera”. Él se involucra en la medida que lo permite su muy ocupada agenda. “Voy a las catas y he asistido a alguna mezcla. Pero el vino es un trabajo del día a día. Tenemos buenas raíces y confío mucho en su enólogo Bertrand Erhard”.

Al final, Iglesias da su veredicto. “Lo estamos haciendo bien. Es francamente bueno”. Y no sólo él lo certifica. En 2005 Robert Parker, el gurú americano, premió uno de sus vinos con 93 puntos. Y The New York Times lo eligió el mejor vino de Ribera del Duero en una cata de 20 botellas de menos de 45 euros. Esa región merece los buenos elogios del cantautor.

“Los Ribera tienen un sabor muy especial, su propia identidad, un color profundo, un sabor único. Allí nace el Vega Sicilia. Tenemos tierras buenas. Sientes que los vinos de allí saben envejecer bien”.

Pasión en copas. Julio Iglesias habla con deleite del placer de entrar a su cava en busca del vino que llevará a la cena. Defiende los esmeros que merecen y los enuncia. “Algo esencial es cuidarlo bien. Hay que tenerlos a 14 grados. Yo no creo en enfriarlos de manera artificial en una hora. El vino es un ser vivo: hay que cuidarlo. Tengo varias casas no muchas y en todas tengo bodegas”.

Pero por sobre todo, Iglesias tiene claro qué le han otorgado a su existencia. “La pasión por los vinos me ha permitido conversaciones más intelectuales, más largas y profundas. Los vinos me han abierto caminos insospechados. Me han brindado conversaciones privilegiadas. Si te tomas un Romanée-Conti del 85 y tienes enfrente a un poeta grande te contará cosas que de otra manera no haría. El vino es inspiración”, admite. Y ese diálogo se inicia incluso sin palabras. “Las conversaciones con el vino las tienes primero contigo mismo. Si abres uno bueno comienzas a sentir cosas maravillosas, porque ya hay una especie de ritual importante”. Su saldo de esta pasión es siempre a favor. “He hecho grandes amigos por el vino. Gracias a él soy más sensato en cualquier conversación de lo que era antes. La emoción del vino es muy cerebral porque entra por todos los sentidos”. Al finalizar, se despide con un consejo ineludible. “Toma siempre vino. Te voy a mandar uno para que te embaraces”.


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