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27 jul 2015

Una noche con Julio Iglesias

-"¡A ver!, ¿Dónde está el periodista? ¿Eres tú el periodista, blanquito?
-"Sí, Julio. Soy yo", es lo único que acierto a decirle con cara de alelado.
Con su mano derecha -la de los gestos- estrecha la mía y con la izquierda -la del micrófono- me arrea un sopapo que me despierta parcialmente del shock en el que llevaba desde que me llamaron al móvil para preguntarme: "¿Quieres cenar esta noche con tu ídolo?".
Julio Iglesias acaba de presentar ´Fallaste corazón´, el primer single de su próximo disco: un álbum con 12 canciones dedicadas clásicas de México, pero cantadas al estilo de Julio. Un disco que saldrá a la venta en septiembre y que el propio Julio me avanzó durante una cena que compartí con él en Cascais (Portugal). "Mira flaco, he grabado el mejor trabajo en la historia musical de México. Y no es que lo diga yo, es que me lo han dicho ellos. Invité a mi casa a representantes del gobierno mexicano. Les puse las canciones mexicanas de hace 50 años, después oímos versiones de artistas mexicanos y en cuanto escucharon mi nuevo disco me ofrecieron un contrato para una gira de conciertos institucionales por México". Me lo contó con orgullo -va a ser embajador de un país donde a los españoles les siguen llamando peyorativamente ´gachupines´-, pero también con el escozor y la resignación de que gente importante de España nunca le haya llamado para hacer algo así.
Creo que todo el mundo tiene alguna pasión en la vida. Algo que complementa a su familia y su trabajo. La mía se llama Julio Iglesias. Hace tiempo que me prometí verle en concierto, al menos, una vez al año hasta que él o yo fallemos por causas de fuerza mayor. Esa promesa me ha llevado a verle cantar casi en toda España (Valencia, Lucena, Mérida, Valladolid, León...) pero cuando se ha dado el caso de que las fechas en España no me cuadran, he mantenido mi promesa viajando a Bulgaria, Holanda, Portugal... Precisamente en Lisboa toqué techo.
El pasado mes de mayo moví los hilos precisos para gestionar ese encuentro. En teoría nos íbamos a ver un viernes y el encuentro iba a consistir en estrecharnos la mano e intercambiar algunas palabras en su hotel, pero por culpa de un fuerte dolor de espalda Julio canceló la cita justo cuando yo estaba embarcando en el avión que me llevaba a Lisboa. Llegué a Portugal con la moral por los suelos.
-"Tiene que sentirse realmente mal para no venir, pero ten por seguro que mañana va a dar señales de vida", me aseguraban. Y lo hizo. Cuatro horas antes del concierto recibí la llamada que esperaba:"¿Quieres cenar esta noche con Julio Iglesias? Pues procura estar pendiente del móvil y te diremos cómo quedar".
Julio congregó a 25.000 espectadores en el Meo Arena y en mitad del concierto sonó mi teléfono. "¿Señor Hernández?, acuda inmediatamente a la rampa norte del pabellón", me dijo una voz en portugués. Me faltó tiempo para salir corriendo hacia el punto de encuentro. Allí saludo a mi intermediario y me meten en un ascensor junto a la Infanta Margarita. Generalmente los silencios incómodos en los ascensores se rompen con frases del tipo "¡Qué buena noche se ha quedado!" o "parece que ya hay hambre", pero con un Borbón...
-"Buenas noches, Infanta. ¿Le ha gustado el concierto?", le pregunto.
-"Sí, pero no ha cantado la de Nathalie", me dice, a lo que su acompañante añade: "Y mira que la ha pedido usted a gritos".
El ascensor nos llevó a la zona de camerinos. Allí acomodan a la infanta junto a la puerta del vestuario del cantante y nos piden que esperemos porque Julio Iglesias sigue cantando.
A lo lejos escucho el sonido de ´Me va, me va´ y para los que conocemos el repertorio significa que el show va a terminar. En efecto, a los pocos segundos Julio Iglesias aparece por el pasillo. Viene empapado de sudor y con cara de enfado. La gente que le esperaba se queda totalmente callada hasta que un colaborador del cantante sale del camerino para decir que Julio no va a recibir a nadie. Tras soltar la ´bomba´ a las 15 personas que estaban esperando me busca con la mirada y me pregunta: "¿Eres el que va a cenar con él? Te voy a decir el restaurante al que tienes que ir yendo". Me lleva a una salita vacía y me habla en voz muy baja: "No te lo puedo decir ahí afuera porque hay demasiada gente escuchando. El restaurante se llama Mar do Guincho y está a unos 40 minutos en coche, así que ve yendo".
A la salida del pabellón me espera un chófer y comparto el coche con otros dos comensales invitados por Julio Iglesias: un alto directivo de una multinacional de las telecomunicaciones -que resultó ser paisano mío- y su pareja.
Cuando llego al restaurante son cerca de la 1:30 de la noche en Portugal y está totalmente cerrado, aunque dentro hay luz. Telefoneo para avisarles de que estoy esperando en la puerta y hasta me hago gracia al oírme decir: "Buenas noches, tengo una reserva a nombre de Julio Iglesias y estoy en la puerta". ¡Cómo suena eso!
Los camareros no me conocen, pero pensarían que ´si cena con Julio Iglesias éste debe ser un tipo importante´, así que nada más cruzar la puerta me agasajan y me plantan una copa de oporto en la mano. Yo suplico por agua. Los nervios me han dejado la boca como un estropajo y la espera se me está haciendo larga. "A ver si al final se echa para atrás y no viene...".
Son casi las 2:30 de la noche y por los ventanales del restaurante veo como una caravana de focos se acerca. Ya no hay duda, es él.
Yo ya había leído a muchos periodistas y amigos del cantante que aseguran que Julio Iglesias es un conversador excepcional, y que un cara a cara con él impacta mucho, pero ahora puedo dar fe de ello.Nada más verle entrar en el comedor ya te llega el efecto de un carisma arrollador. Es como una onda expansiva que nos tumbó a todos, incluso al que me venía diciendo por el camino: "Comprendo que a ti te haga ilusión, pero a mí me da igual estar aquí".
Somos unos extraños, pero Julio sabe de sobra con quién va a cenar esa noche. Está todavía a unos diez metros de mí y ya levanta la voz: "A ver. ¿Dónde está el periodista...? De entrada me sorprende su estatura. Tiene 71 años y con la edad ha ´encogido´, pero aun así me saca una cabeza. Me sorprende también su voz. En las entrevistas de los últimos años su voz suena ronca, pero aquí no. En persona Julio sigue teniendo ese tono de voz entre dulzón y pijo ´miamense´.
-"Perdonadme, pero es que estoy afónico", se excusa. El día antes pude escuchar el mensaje que Julio le dejó a mi intermediario en el buzón de voz y sonaba más cálido aún.
Desde el primer minuto Julio lo controla todo, hasta la posición en la que nos vamos a sentar. "Aquí a mi derecha, mi novia (bromea con su asistente personal). A mi izquierda, mis otras novias (tres coristas de Paraguay, Brasil y Rusia) Tú te vas a sentar enfrente de mí, que quiero verte los ojos cuando hablas", le dice a un íntimo amigo suyo. "Tú, bella. Ponte aquí cerca", le indica a la política con la que compartí el viaje. "Y los otros dos feos -por el cuarto invitado y por mí-, que se pongan por ahí lejos", nos dice con un guiño.
La cena consiste en una enorme mesa ya servida con langostas, gambas, nécoras y todo tipo de mariscos. A Julio Iglesias le apasiona comer marisco y beber vino y me lo deja claro desde el principio:
-"Vamos a pedir un buen vino, porque ya sabéis que me encanta el vino". Levanta la mano y le pide al camarero que le diga cuáles son sus mejores vinos, pero las referencias no le convencen: "No, no, no. Dime cuál es el mejor vino que tengáis. Quiero probar vinos buenos portugueses". El camarero descorcha una botella y le sirve en una copa ancha para que lo cate. Julio tapa la copa con la palma de la mano, lo agita y lo huele levantando un poco la mano, pero tuerce el gesto. Se lo lleva a la boca y trata de ser cortés sin poder disimular que no le ha gustado: "Es que este vino está caliente. ¿Sabes lo que vamos a hacer? Mira, vamos a beber Don Perignon".
Yo me permito el lujo de llevarle la contraria: rechazo el champán y pido que me sirvan el vino. Efectivamente, no es un tinto extraordinario (aunque seguramente sí muy caro), pero lo prefiero mil veces antes que el champán, por muy Don Perignon que sea. De hecho, al final de la cena Julio tira al monte y acaba recurriendo al vino de los demás. "Mira, te cojo tu copa porque como veo que no bebes...".
Ya que hablamos de vinos le pregunto que qué tal está funcionando la bodega de la que es accionista: Montecastro, en Ribera del Duero. "Pues nos hemos unido con Hacienda Monasterio y se está exportando sobre todo", responde y me cambia rápido de tema: "Pero dime una cosa, flaco. Cuéntame de fútbol". Charlamos unos segundos sobre la UDS, el Real Madrid, el despido de Ancelotti...Julio está cómodo y pasa de formalidades mientras come. Va seleccionado nécoras, las voltea se las acerca a la nariz y las huele fuertemente. "Esta es fresca", dice y se la sirve en el plato a quien tenga más cerca. Habla mientras come con total naturalidad y hace que los demás también se desinhiban.
De repente, no sé muy bien cómo, la conversación da un giro radical que me deja fuera de juego.Julio nos cuenta que está intentando vender su jet privado, y que las cifras que se barajan le parecen bajas porque "el avión está como nuevo".
-"Lo quiero cambiar por un modelo superior de Gulfstream porque a 45.000 pies se mueve y yo me cago vivo", y provoca la risa de todos.
-"Pues no es mal precio, porque en mi empresa se vendió uno por cinco millones menos, aunque era más viejo que el tuyo", le rebaten.
Yo estoy ´out´. La venta de jets privados no es mi tema fuerte de discusión. Me siento mucho más cómodo cuando Julio se pone chistoso, que es constantemente. Hace un gesto para pedir silencio y me pregunta: "Flaco, ¿tú sabes cómo hago yo el casting de las coristas?". Me termina de contar la broma (que la omito) en medio de las risas y levanta la mano para chocarme los cinco.
El cantante no desaprovecha ni la más mínima ocasión de hacer algún chascarrillo picantón y a sus 71 no ha perdido el ´toque´. Coquetea con las coristas, lanza piropos a todas las mujeres de la mesa, reparte una caricia, pide un beso, bromea: "Bonita, diles a esta gente, ¿a que no soy tan buen amante como se dice?". Entre broma y broma la sensación que me queda es que tiene algo con todas ellas, pero otras veces les dedica gestos realmente cariñosos y ya me entran las dudas: "Bueno, a lo mejor sólo son bromas".
Sobre sus próximos trabajos nos habla de "un disco de canciones mexicanas (a la venta en septiembre) que he grabado durante el último año y medio y que me ha destrozado la espalda" y un álbum de dúos con grandes artistas de habla inglesa, previsto para 2017.
Alguien le felicita por el concierto y él rebate: "¡Nooo! He cantado como el culo". En realidad no cantó mal. En absoluto. Lo que sucedió es que una fila de altavoces sonaba como un segundo más tarde que el resto y eso hizo que un lateral del pabellón comenzara a silbar en mitad de un tango. Julio no tenía ni idea de qué estaba pasando y sus técnicos no acertaban a decirle qué fallaba, así que ordenó parar la música y se arrancó a cantar Caruso casi a capella. "Cuando estás en el escenario delante de 20.000 personas y oyes silbidos, te preguntas ¿pero qué necesidad tengo yo de estar aquí con casi 72 años? Pero cantar es lo que mantiene vivo, y ahí está la experiencia para cantar Caruso, que es una canción que hace tiempo me sugirió Pavarotti y con la que el público suele venirse arriba". Efectivamente, Julio Iglesias puso en pie al público con un tema propio de tenores, pero que él ha sabido llevar a su terreno.
Llegan los postres y Julio pide un helado "para quitar el sabor del marisco". Cuando le sirven una enorme copa se lleva las manos a la cabeza: "¿Pero dónde vas, chico? Esto es muchísimo. Esta misma copa pártela en trocitos para que coman todos ellos".
Pasan las horas y el personal del restaurante aprovecha para acercarse a Julio y pedirle que le firmen varios discos de vinilo. "Fíjate qué pinta de maricón tenía aquí", me dice enseñándome la portada del disco de 1990 titulado ´Julio´. Los camareros le preguntan si le había gustado la cena y aprovecha para contarnos una anécdota que le pone tierno:
-"Cuando era niño iba con mi padre a los restaurantes y los encargados le preguntaban que si todo estaba de su gusto, mi padre les decía ´todo bien, todo bien´, pero cuando ya salía por la puerta, a veces se frenaba y decía: ´Todo bien... pero regular´". Se troncha al contarlo y añade: "Mi padre era un crack".
Son las cinco de la mañana cuando Julio da una fuerte palmada y se levanta de la mesa. No tiene intención de irse al hotel. Su avión le está esperando en el aeropuerto para llevarle a su casa de Marbella. "Voy a intentar venderla. Quiero quedarme con las casas de Miami, Punta Cana y pasar más tiempo en un barquito". La velada llega a su fin y no puedo permitir que Julio se marche sin hacerme una foto con él. Soy el primero en posar, pero cuando reviso el móvil la foto ha salido movida. Imperdonable. Le asalto de nuevo.
-"Julio, hay que repetirla que no me gusta cómo ha salido". Volvemos a posar, pero esta vez Julio me agarra la cara y me la lleva a su hombro para darme un abrazo casi fraternal mientras le dice a su gente: "Éstos son los que más me quieren".
Es junio, pero en la costa portuguesa hace mucho viento. Julio se protege con bufanda y guantes. Yo ni siento ni padezco. De camino al hotel envío algunos whatsapp con las fotos que me acabo de hacer y mi mejor amigo me responde: "No eres consciente de lo que acabas de conseguir". Todavía hoy casi ni me lo creo.

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