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21 feb 2014

Julio Iglesias volverá a seducir a Miami.

En estos días, Julio Iglesias pasa gran parte de su tiempo recorriendo el mundo en su avión privado para cantar en conciertos que se celebran en un sinfín de lugares: desde Singapur hasta Transilvania. Sin embargo, durante los meses del año que pasa en su casa de Indian Creek, una exclusiva isla cerca de Surfside, en Miami Beach, su círculo es mucho más pequeño.
“Llevo una vida muy apartada”, dice el legendario cantante de 70 años, mientras pasea en un carrito de golf por el único camino que hay en la isla. “Hace 20 años que no voy a fiestas. No voy a los Grammy. No voy a ninguna parte. Me invitan, pero no voy. No tengo nada que decir, excepto cuando canto.
“Me sé el camino de ida y vuelta al micrófono. Me pongo el jacket, crema acondicionadora en el pelo y pienso que soy el hombre más afortunado del mundo”.
Iglesias no es tan afortunado como en sus días de gloria de los años 1970 y 1980, en los que rompía récords de ventas de boletos de concierto y encantaba a legiones de mujeres. Cuando este sábado por la noche se presente en la American Airlines Arena, este será el sitio más grande en que ha cantado en la presente gira, que lo ha llevado principalmente a casinos y ciudades pequeñas de Estados Unidos.
Sin embargo, para los millones de admiradores que tiene de China a Chile, de Arizona a Israel, Iglesias todavía encarna al baladista latino, el seductor encantador, la fantasía romántica. Para los latinos, era el hombre que los hombres ansiaban ser y el ideal masculino con el que las mujeres soñaban. Es un ícono mundial que ha cantado y grabado en más idiomas que ningún otro artista, haciendo crossing antes que el crossover se convirtiera en un concepto.
Iglesias se mudó de su nativa España a Miami en 1979, y ayudó a darle a la ciudad un aura de glamourinternacional al tiempo que fue un factor clave para que la ciudad se convirtiera en la capital de la música y del entretenimiento latino. Aunque su último álbum, 1, en el que se recopilan muchos de sus éxitos, vendió la muy respetable cantidad de un un millón de copias, no resultó un éxito arrasador como en otros tiempos. El año pasado el Libro Guinness de Récords Mundiales decretó que las ventas de 300 millones de sus 80 álbumes lo convierten en el más exitoso artista latino masculino de todos los tiempos.
El poder de su imagen permanece a pesar de que en la actualidad viaja más lejos para hacer conciertos en sitios más pequeños que, según dice, con frecuencia no cubren el costo de su avión privado y de la comitiva que viaja con él.
“Viajé con 40 personas de Finlandia a China”, dice. “Me cuesta la misma cantidad de dinero que gano, porque ya no reúno a 25,000 personas como antes. Lo que ocurre es que cantar me da un sentimiento que hace que la sangre me corra con más fuerza por el cuerpo. Me miro en el espejo todos los días. Sin cantar, no me miro en el espejo”.
Elegantemente vestido con unos pantalones de corte exquisito pero cómodos y una playera, Iglesias aun se mantiene bronceado y delgado, aunque con algunas finas arrugas que no aparecen en sus fotos publicitarias.
Iglesias pasea en el carrito y pasa por delante de la mansión de tamaño regular que comparte con su esposa, Miranda Rijnsburger, una ex modelo holandesa 23 años más joven que él, y con los cinco hijos de ambos: Michael, de 16 años; Rodrigo, de 14; las gemelas rubias Victoria y Cristina, de 12; y Guillermo, de 6.
“Es el único en la familia que piensa que soy joven”, dijo Iglesias un poco antes, sentado en la sala de estar, y con cariño le da palmaditas en la espalda a su hijo menor. “Este niño viene del cielo”, dice.
Rijnsburger, delgada y graciosa con jeans blancos y un cárdigan color crema, explica que la familia pasaba mucho tiempo en la hacienda de Iglesias en República Dominicana, o viajando por el mundo con el patriarca. Pero a medida que los niños crecían, echaban de menos a sus amigos de la escuela, no a los tutores privados, y en la actualidad viven la mayor parte del tiempo en Miami, donde asisten a una escuela privada.
Iglesias conduce el carrito de golf por un prado enorme, inmaculadamente cuidado donde podría haber varias mansiones, el lugar donde estuvo su primera casa en la isla. En el 2008 ordenó derribarla, cuando no obtuvo los $25 millones que pedía por ella. Podría volver a construirla, dice, si encuentra el tiempo para hacerlo.
PARÁLISIS
Por ahora, es un pequeño parque privado donde Guillermo juega fútbol con su madre. El niño defiende la portería, gritando mientras patea el balón. Cuando tenía 19 años, también Iglesias amaba el fútbol, y tenía un futuro como jugador en el famoso equipo Real Madrid, hasta que un accidente automovilístico lo dejó paralizado. Pasó tres años aprendiendo nuevamente a caminar y a hablar, y para poder volver a usar las manos, aprendió a tocar la guitarra y, por último, a cantar. “Aprendí a llegar al final”, dice. “Soy un campeón porque soy un sobreviviente”.
Medio siglo después, esa misma determinación ha hecho que Iglesias sea más moderado en los gustos que durante tanto tiempo disfrutó. “Me encanta comer y beber, y compro los mejores vinos. Pero no puedo comer mucho”, dice. “A los 70 años el escenario exige una absoluta disciplina. Si no descanso, no canto. Si no me cuido, no canto. Antes daba todo por hecho, pero ahora no doy nada por sentado”.
Iglesias contempla el atardecer que se filtra entre las palmas y baña la superficie del Intracoastal. “Llevo viendo este paisaje desde hace 35 años”, dice. “Y tal vez siga viéndolo hasta que muera”.
Los gritos de Guillermo se vuelven llanto cuando empieza a oscurecer y su madre le indica que ya es hora de regresar a la casa. “Quiere seguir jugando”, dice Iglesias, con una leve sonrisa.
Hay un destello de su legendario poder de seducción. “En dos horas no puedes descubrir mi vida”, le dice a la periodista que lo entrevista. “Para descubrirme tendrías que dormir conmigo durante seis meses, querida”.
UN GRAN SEDUCTOR
Sin embargo, Iglesias niega la reputación que le dieron de tener una voracidad sexual, cuentos entre los que destaca uno que decía que en cierta época necesitaba dos mujeres al día.
“Déjame contarte una historia muy graciosa”, dice. En los años 1970 estaba de gira en Londres, en medio de 10 conciertos vendidos totalmente cuando su mánager llegó al hotel y le mostró una entrevista aparecida en un periódico donde Iglesias se jactaba de haberse acostado con 3,000 mujeres.
“Después de cinco minutos me dice: ‘Me parece que es una promoción estupenda’. Así que cuando ahora me preguntan, digo: ‘Oh, eso fue en 1975. ¡Creo que ahora llegan a un millón!’ ”.
No importa cuántas mujeres hayan pasado por su vida, porque lo cierto es que Miranda les ha ganado a todas. Iglesias la conoció en un aeropuerto en Yakarta, donde la invitó a uno de sus conciertos.
“Ella tenía novio, desde luego, era muy bella”, dice Iglesias. “Quizás yo no era mejor que el novio”.
Durante 20 años Iglesias envió todos los años tarjetas de Navidad con fotografías del clan, antes de casarse con Miranda en el 2010.
“Si no siento la libertad de ser independiente, no estaría junto a nadie”, dice Iglesias. “Ella comprende eso, y por eso somos un matrimonio para siempre. Ella es mi amor, mi compañera. No concibo la vida sin ella”.
REFLEXIONES DE UN ÍDOLO
Iglesias, que comenzó su carrera tras ganar en 1968 en el Festival de Benidorm con La vida sigue igual, dice que nunca habría triunfado en la era de American Idol.
“No solo yo, ni Bob Dylan ni Paul McCartney hubieran triunfado hoy”, dice. “Todo el mundo luce igual, todo el mundo actúa igual, los mismos trucos, el mismo baile. Todo el mundo canta mejor de lo que cantamos. Pero hay una vulnerabilidad que lo hace a uno más atractivo que la gente que lo tiene todo”.
Entre esas estrellas contemporáneas está su hijo Enrique, de 38 años, el menor de los tres hijos que tuvo en su matrimonio en 1971 con la dama de sociedad filipina Isabel Preysler. Enrique, que creció en la casona de Indian Creek durante la época de mayor auge de Iglesias, le dedicó su primer álbum a su niñera. Desde que se hizo famoso, han corrido los rumores de competencia y distanciamiento entre los dos.
Iglesias admite que Enrique podría tener razón al sentirse desatendido.
“Me siento un poco culpable cuando hablo de este tema”, dice. “Tal vez es verdad. Antes no era tan buen padre como lo soy ahora”.
Iglesias dice que quiere y está orgulloso del único de sus hijos que ha seguido sus pasos, pero agrega que habla con Enrique, que vive en Miami, solo dos o tres veces al año.
“No somos compatibles”, dice. “El tiene una vida extraordinaria y profunda, y yo tengo otra”.
Iglesias describe sus caminos separados como “la relación perfecta entre un padre y un hijo que viven en el océano de la vida, y cuando llegan a puerto se dicen: ‘Hola, ¿qué tal de viaje? Bueno, padre, bueno. ¿Y el tuyo, Papi? Bueno, buen viaje. ¿Eres feliz? Sí, soy feliz. Nos vemos en el próximo viaje’ ”.
EL VERDADERO MUNDO
El viaje de Iglesias continúa, sin fin, hasta los lugares más remotos de la tierra. En el 2011 ayudó al rey y a la reina de Malasia a inaugurar un centro comercial en Kuala Lumpur y participó en un concierto la víspera de Año Nuevo en Georgia, no el estado, sino el país que con anterioridad formaba parte de la antigua Unión Soviética. El año pasado recibió varios premios por ser el primer y más popular artista internacional en China.
Sus viajes, no obstante, no alcanzan el mundo virtual, y admite que no sabe nada de los medios sociales ni de la internet. “No sigo nada”, dice. “No sé cómo entrar en internet”. Salvo para verificar el tiempo mientras se prepara para atravesar el Pacífico otra vez. Y aunque menciona con admiración a artistas como Bruno Mars y Beyoncé, no trata de mantenerse al tanto de la música pop.
“Ya no tengo tiempo”, dice. “A menudo me preguntan: ‘Julio, ¿por qué no bebes vinos jóvenes?’. Es una pregunta graciosa, si se quiere, porque compré buenos vinos en los años 1970 que ahora están perfectos, son vinos formidables que compré por $20 o $30 y que en estos momentos valen una fortuna. Pero, si no tengo tiempo de beber los viejos, ¿cómo voy a poder beber los jóvenes? Con la música pasa lo mismo”.
Julio Iglesias en concierto, sábado, 8 p.m., American Airlines Arena, 601 Biscayne Blvd., $64.25-$116.95. ticketmaster.com y 800-745-3000.




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