Al filo de los 70 años (los cumple el 23 de septiembre), Julio Iglesias sigue incombustible. Cierto es que quizás no tenga la voz prodigiosa de antaño o que físicamente no pueda aguantar más de una hora y media en el escenario (exactamente 92 minutos duró su actuación), pero su talento musical, la profundidad de las letras de las canciones sigue sin decepcionar a nadie. Y menos a los 3.000 apasionados seguidores que abarrotaron el Teatro Romano de Mérida, punto inicial en España de su gira mundial que comenzó el pasado 24 de febrero en Guatemala y que ha desatado la misma pasión en Pekín, Rusia, Singapur, Taiwán o Méjico.
En nuestro país no será una excepción porque apenas ya entradas para sus ocho próximos conciertos programados en Marbella, en Barcelona, Santander, Logroño, Elche, Roquetas de Mar y Ciudad Real. "Volver a mi tierra es un placer, un golpe de generosidad", confesó a lo largo del concierto a un público entregado desde el primer momento, a pesar de las altas temperaturas (34º a las once de la noche, justo cuando comenzó el concierto).
Agarrado a sus canciones de siempre, el cantante madrileño hizo un repaso de sus temas más conocidos, aquellos que le han conducido a ser el artista español que más discos de habla hispana ha vendido en toda la historia. Por eso, con un arreglos algo diferentes, pero con la misma hondura de siempre, sus letras contagiaron desde el primer momento un escenario tan espectacular, donde por cierto estuvo hace once años pero que sin embargo no resultó, ni mucho menos, tan exitoso.
Entonces, los problemas de voz y los problemas de sonido en un escenario que por sí mismo mantiene desde hace más de 2.000 años una acústica perfecto, dieron entonces al traste con el repertorio. En la noche de este sábado todo fue diferente, acompañado de los bailarines, las tres coristas y los músicos, la puesta en escena fue brillante y se sacó con holgura esa espina que tenía clavada con Mérida. Y vestido como en él es habitual, con traje negro con chaleco, camisa blanca y corbata oscura, se entregó hasta que, físicamente, ya no pudo más.
De hecho, parte del público, en el último tramo del concierto, abandonó sus asientos y, con el beneplácito del cantante, y tomó la orchestra del teatro como para bailar lo más cerca posible de su ídolo, que se dejó querer con simpatía y cariño. Hasta dejó que una mujer, que subió al escenario, le colocara una bufanda con los colores nacionales.
Se le notaba cómodo al artista ante el éxtasis del respetable, que llegó a pagar hasta 295 euros por la entrada más privilegiada. Porque además el artista, que reconoció estar en la última etapa de su vida en los escenarios, estuvo en todo momento sincero, confesando por ejemplo que ha perdido la pasión por escribir las letras de sus canciones ("eso se me fue"), pero que está ahora cada día con más necesidad de cantar, de recibir el calor del público.
"Habréis escuchado y leído muchas cosas de mi vida por ahí, pero os tengo que decir que lo más generoso que he tenido en mi vida es el público, si no fuera por ustedes ya no estaría en esta vida". Estuvo melancólico el cantante, como cuando recordó a su hija 'Chabeli', y de cómo le inspiró para componer 'De niña a mujer', uno de los momentos más emblemáticos de la noche, como cuando también recordó a Rafael Nadal "y sus grandes esfuerzos", como ejemplo, para que nuestro país, vaya a salir adelante de la crisis económica que atraviesa: "Nos tiene que ir mejor, nos va a ir mejor", lo dijo convencido, también como guiño a la situación por la que atraviesan sus compatriotas. Otro de los momentos especiales fue cuando recordó a su amigo Luciano Pavarotti, un ejemplo más de sus numerosas alusiones al paso del tiempo vital.
Quizás a sus mayores incondicionales, la hora y media de concierto hasta le supo a poco y le hubiera gustado que prolongara el concierto durante algún tiempo más, pero 'a mi manera', lo mejor de si mismo ya lo había dado, como lo viene haciendo desde 1968. Y 45 años después sigue en la brecha y llenando conciertos. Todo un lujo.
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