--¿Escucha mucha música?
--Poca, poca... La que ponen mis hijos. Sobre todo la del pequeño, que es el que tiene más gusto. Él pone música más consonante, menos asonante. A mí me gusta más la música consonante. A ver si me explico: yo puedo ver a Van Gogh y al mismo tiempo puedo ver a Picasso, a Rembrandt, a Goya, a Velázquez. Pero que me guste Barceló como pintor... eso es otra cosa. Yo llego a las líneas rectas, pero pocas.
--¿Algo que haya escuchado últimamente que le haya gustado?
--Además de a mis hijos Enrique y Julio, y aunque parezca mentira, me gusta Justin Bieber en formato acústico, cuando coge la guitarra y canta. Y también Bruno Mars, un genio. Pero mi preferido es Justin Timberlake. Un artistazo. Un tío muy completo.
--En una época en la que todo va tan rápido, con consumos y satisfacciones inmediatas, ¿cuál es el secreto de la longevidad de Julio Iglesias?
--En primer lugar, el alma, que no la tengo arrugada ni vieja. Después, la pasión, que se me renueva constantemente. Y también la disciplina, que es férrea y masoquista. Por último, y lo más importante, la certeza absoluta de que si no canto, me muero.
--¿Por qué cree que triunfó?
--Yo creo que ha sido un ejercicio de voluntad, que ha hecho que con poquito talento haya jugado bien al fútbol... Hay jugadores que están en el momento justo y meten goles; otros que juegan bien pero no marcan ni uno. Lo que significa es que no hay que ser el mejor cantante para ser el que más llega al área... Y yo he llegado al área. El arte no tiene ninguna lógica, está muy reñido justamente con la matemática. El arte es un crucigrama que te dan limpio y tu vas poniendo palabras: millones de palabras hasta que lo llenas. Yo, gracias a Dios, aún no lo he llenado. Cuando me estoy vistiendo en el camerino, me entra la ansiedad de salir al escenario. Pero lo que antes era un estado nervioso profundo ahora es un estado ansiolítico: si no salgo a cantar me muero de pena. Cantar en directo es una adicción sin cura.
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