
Un futuro que Julio no ve tan negro a partir de los próximos cinco años, pese a los malos augurios de los indicadores financieros porque piensa que las posibilidades de España como país turístico son infinitas, siempre y cuando empresarios y políticos aparquen sus rencillas y se pongan las pilas para mejorar todo lo que es mejorable: hay que invertir más en nuevas tecnologías, en servicios sanitarios punteros -tanto públicos como privados-, en comunicaciones, para que todos aquellos que vienen a España buscando lo que sus países no tienen lo encuentren: buen clima y calidad de vida.
Habrá quien piense que qué sabrá Julio que no sepan los expertos de la economía. Mucho, ya que por su casa pasan políticos de todos los colores e ideologías -son habituales las visitas de Clinton a su casa de Punta Cana, en Santo Domingo-, empresarios no solo conocidos por los asiduos a los suplementos salmón de los periódicos más prestigiosos del mundo, primeros ministros, jefes de Estado, y otras gentes que sin ocupar cargos destacados le tiene al tanto de lo que ocurre en nuestras calles, de las necesidades de la gente sencilla, de ahí su preocupación por el futuro de nuestros jóvenes, y del presente de nuestros mayores, en definitiva por un país que lleva tatuado en su corazón. Un amor que inculca a sus hijos desde que nacen, prueba de ello es que pese a que Miranda es holandesa en su casa sólo se habla castellano y se consumen productos españoles.
Estamos en vísperas de que las urnas digan quién gobernará España en los próximos cuatro años, y cómo van a hacerlo a quienes se les encomiende esa difícil tarea, que no solo será de ellos sino también de todos nosotros, porque a todos corresponde levantar un país que ha dado buenas muestras en los últimos treinta años de que tiene músculo y de querer es poder. De manera que demos un ejemplo a quienes nos miran con lupa acudiendo a votar el próximo domingo, después que sea lo que Dios quiera.
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